La tercera guerra carlista


En septiembre de 1868 se desarrolla La Revolución de 1868, llamada la Gloriosa o Revolución de Septiembre, que supuso el destronamiento y exilio de la reina Isabel II. Ello fue posible por una sublevación militar con elementos civiles que generaría el primer intento de establecer un régimen político democrático, en forma de monarquía parlamentaria, con el reinado de Amadeo I de Saboya

De manera instantánea agentes del absolutismo, extendiéndose por diferentes puntos, hacían propaganda activa de sus ideas, utilizando a los antiguos partidarios carlistas para levantar núcleos de resistencia y provocar un alzamiento general. En la provincia de Cuenca, en la primavera de 1968 se registraron disturbios en Huete, cuando algunos grupos de paisanos con boinas dieron gritos subversivos y obligó a que la guardia civil tomaran algunas disposiciones preventivas (1). Al final la insurrección no progresó en el país, aunque puso de manifiesto que el carlismo contaba con valiosos elementos.

Muchos moderados contrarios al nuevo monarca, vieron en Carlos de Borbón y Austria-Este, nieto de Carlos V, como una alternativa a la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de culto y la educación laica y racionalista, que impusieron los revolucionarios y preocupaba a los católicos. Buena parte de estos conservadores se pasaron al bando carlista, que se convirtió en 1871 en la tercera fuerza más votada en el parlamento. Sin embargo, el triunfo liberal demostró que la vía democrática no era suficiente, y solo un nuevo alzamiento armado haría recalar a Don Carlos en el trono con un régimen tradicionalista, católico y antiliberal.

Las elecciones de abril de 1872 dieron a los carlistas una oportunidad para rebelarse. El partido de don Carlos había perdido trece escaños en las elecciones en medio de acusaciones de fraude. La indignación de los tradicionalistas fue máxima. El golpe estaba ya preparado, primero se levantarían a favor de Carlos las guarniciones de ciudades catalanas y de Pamplona, para después rebelarse Bilbao. Por último, una insurrección general en Cataluña, en Navarra y en las Provincias Vascongadas daría comienzo a las operaciones militares. El día elegido para comenzar el proceso fue el 21 de abril, una vez que don Carlos hubo logrado convencer a los gobiernos europeos conservadores de la necesidad de la guerra contra una España liberal. Por orden de Don Carlos, el levantamiento se haría al grito de «¡Abajo el extranjero! ¡Viva España!»

En la provincia de Cuenca el primer acto conocido aparece a mediados de mayo, cuando varios grupos iniciaron abiertamente la rebelión; Valdeganga, Tragacete y Las Pedroñeras fueron los pueblos que donde hicieron sus primeras armas, capitaneados por jefes de escasa significación (2). En Mira no hay documentado ningún hecho durante el primer año de conflicto. 

1873
A principios de 1873, Amadeo I de Saboya abdicaba y en el mismo día un importante número de federales madrileños se agolparon en las calles pidiendo la proclamación de la república. Al día siguiente, 11 de febrero, el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por 258 votos contra 32. Todo esto fue aprovechado por los Carlistas para dar incremento a la guerra, allí donde lo había, y promoverlas nuevamente donde se había extinguido.

Por esas mismas fechas, en la provincia de Cuenca entró el comandante general carlista Isidoro del castillo, al frente de 200 rebeldes, con el objetivo de publicar varias alocuciones y obtener un nutrido alzamiento excitando a los paisanos. Por su interés, comparto la más apasionada de las cuales, como ejemplo de la propaganda ejercida por los carlistas en la provincia.

<<Conquenses: Ha sonado la hora; está dada la señal del combate. El italiano huyó despavorido, desengañado de la farsa liberalesta: las hordas revolucionarias rugen y piden sangre; aprestémonos a la pelea; organicemos batallones y salvemos la patria que parece. = ¿Qué es lo que esperamos cuando la sociedad se derrumba, y nos amenaza el caos y se acercan las aguas del diluvio? ¿Qué hacemos cuando se insulta a Dios, se niega su existencia y se ataca a la familia, y la demagogia afila el puñal, y la anarquía prepara la tea y el petróleo y vemos en muchas provincias asesinatos, robos, incendios, la parodia, en una palabra, de la Commune de Paris? La respuesta es correr a las armas, volar allí donde pelean los soldados de la legitimidad. = Conquenses> ¿A las armas! Hierva la sangre, y el que tenga corazón de hielo y en su pecho no arda el fuego del entusiasmo, huya a ocultar su vergüenza como cobarde mujercilla. Pero no, porque corre por vuestras venas la sangre de los Garci-Álvarez, Albornoz, Mendoza, Alarcón, Carrillo, Iranzo, Acuña, pozo-Bueno, Cereceda, y sabréis repetir las proezas de aquellos héroes que se sacrifican en aras del patriotismo. = Así lo espera de vosotros, ilustres conquenses vuestro comandante general. = ¡A las armas los esforzados hijos de la provincia de Cuenca! = ¡Dad ensanche a vuestro entusiasmo, estalle vuestra impaciencia por tanto tiempo comprimida, ármese de valor vuestro brazo y de arrojo vuestro corazón; corramos y arrojemos de esta noble Patria a todos esos déspotas que solo nos han traído miseria, corrupción y llanto! ¡A las armas, veteranos de la guerra civil, vencedores de Albalate, Reíllo y Carboneras! ¡A las armas los descendientes de los defensores de Cañete, Beteta y otros fuertes, al pie de cuyos muros se estrelló la pujanza del ejercito usurpador! = = ¡A las armas todos, voluntarios carlistas! ¡Guerra y guerra sin tregua al liberalismo! Alcense el anciano, el sacerdote, el letrado y el joven viril. Sacerdote del Altísimo, al campo del honor a encender con tu palabra el fuego del sacro patriotismo, y a bendecir nuestras banderas para defender las aras de nuestro Dios y las tumbas de nuestros mayores. = Anciano venerable, si tus manos convulsas no pueden mantener un fusil, marcha al templo y pide al Dios de las batallas que arme de fortaleza el brazo de tus hijos y nietos. Pobre y humilde artesano, honrado y pacífico labrador, ¡a las armas! Cambiad la herramienta y la esteva por el fusil, y a pelear contra los que os han arrebatado el patrimonio y el pan de vuestros hijos para consumirlo en orgias y opíparos banquetes. = Ricos propietarios, despertad, sacudid ese indiferentismo, esa criminal apatía; ya veis que los liquidadores han dado comienzo a su obra de destrucción, y han principiado sus ensayos ensañándose cual caribes con sus semejantes; decidíos aun cuando no sea nada más que por vuestros propios intereses. Laboriosos industriales, ¡a las armas! que la Patria está en peligro. ¿No veis el comercio arruinado, la industria paralizada, abandonada la agricultura, esquilmados los contribuyentes, vendida la honra de España, y la inminente pérdida de las Antillas? Pues si os aguijonea el patriotismo y hay sangre en vuestras venas o indignación en vuestros pechos, ¡A las armas! Madres, doncellas y esposas, la revolución os ha insultado, os ha llamado barraganas. Armaos del valor de las Cariátides y Porcias, y decid a vuestros esposos, padres y hermanos: id por nuestra honra y la de vuestros hijos; lavad esa afrenta; no volváis sino cubiertos de laureles y de honrosas cicatrices, y entonces nuestros brazos y nuestros corazones serán el trono donde descansareis de vuestras fatigas y penalidades. = Y vosotros también, ribereños del Tajo y del Jarama, los que un día empeñasteis vuestra palabra prometiendo defender la santa causa ya veis que ha llegado la hora ¡a las armas! En el campo de Marte os espera un veterano de la guerra civil que prefirió vivir en la emigración y en el ostracismo antes que manchar su honra transigiendo con el convenio de Vergara y después con los impíos gobiernos liberales. Venid, que éste os conducirá al combate. ¡A las armas, voluntarios! El que pueda tomar el fusil que lo tome el que no tenga ánimos para manejarlo, que lo adquiera para los que se sientan con decisión y arrojo. = ¡Voluntarios carlistas! Estamos en la hora suprema, en el fin del fin. Dos caminos hay: el de vivir con ignominia, con afrenta, ó el del honor, que es el que siguen los valientes para defender la enhiesta bandera de Dios, Patria y Rey. Elegid = ¡Carlistas! ¡Viva la religión! ¡Viva la integridad nacional española! ¡Viva Carlos VII! ¡Abajo el liberalismo! = Vuestro Comandante general, Isidoro del Castillo." (3) 

En el mes de agosto el carlista Santés entra en Chelva, haciendo de ella el centro militar carlista de la zona, como ya ocurrió en la Primera Guerra Carlista, y teniendo un fuerte impacto sobre la provincia de Cuenca, al ser continuamente teatro de sus correrías para buscar víveres, quintos, contribuciones etc.

A principios de septiembre, Santés desde Utiel y al frente de 1500 hombres, se diseminaron en grupos por los pueblos de Mira, Landete, Moya e inmediatos, en los que reclutó gente y reunió crecidas sumas de los ayuntamientos y principales contribuyentes. Al mes siguiente, en octubre, nuevamente Santés llevó a cabo una expedición por la provincia que le llevará a sorprender y ocupar la ciudad de Cuenca hasta el día 17 de octubre, momento que saldrá de la ciudad con un considerable botín. En su itinerario para volver a Chelva, pasaría por Fuentes, Carboneras, Cardenete, Víllora y Mira haciendo requisa de armas, caballos y cobrando la contribución de todas las citadas localidades (4).

1874
El año de 1874 fue el que decidió el curso de la guerra. El gobierno republicano estaba sumido en el caos, pero el golpe de Estado del general Pavía permitió a Serrano asumir de forma dictatorial el mando de la república. Esto hizo que los gubernamentales organizaran el ejército, pudiendo apaciguar a los cantonalistas insurrectos, hecho que permitió centrar sus tropas en la lucha contra los carlistas. A pesar de ello, don Carlos se creía superior, por lo que ordenó en febrero tomar Bilbao. El sitio de Bilbao, último que sufriría la ciudad de manos carlistas, se saldó con una importante victoria republicana.

En la zona del centro Santés siguió internándose incesantemente por la provincia de Cuenca desde su desde su cuartel general de Chelva, hasta que entre el 9 y el 10 de marzo de 1874, se produce un importante enfrentamiento en los términos de los pueblos de Villargordo del Cabriel y Minglanilla, contra las fuerzas gubernamentales del brigadier Emilio Calleja Isasi. Los carlistas pierden y a consecuencia surge un fuerte enfrentamiento entre los jefes carlistas Pascual Cucala y José Santés, que unida a la negativa de este último a una orden de Don Carlos y a la desconfianza por una posible malversación de fondos, terminó destituido por Manuel Monet y exiliado a Francia (5). 

A mediados de junio apareció un viejo carlista conocido, el mireño Crisanto, que ya participó en la guerra de los siete años. Según la prensa de época, pasó ocho años en el presidio de Ceuta y salió de Valencia a consecuencia de un canje (6). Inmediatamente después de su libertad, se convirtió en el comandante de armas de Mira, que por lo general conllevaba estar al frente de una pequeña partida de 15 o 20 hombres, para dominar un municipio o un pequeño territorio. Su presencia servía también de espionaje y para ayudar a los carlistas a atravesar el territorio que controlaba sin tropezar con el enemigo. Su captura no era fácil, pues a la aproximación de una columna liberal desaparecía con la partida entre los escabrosos montes y espesos pinares, para volver a entrar en el momento que el enemigo se ausentaba. También a diferencia de la primera guerra, donde hay documentado la existencia de una milicia urbana en Mira, durante la tercera no tenemos constancia de su existencia.

Crisanto en sus primeros días envió comisionados a los pueblos del partido de Requena para llevarse los quintos, imponiendo pena de muerte a los que incumplieran las órdenes. Posteriormente crearía numerosos conflictos; en Julio entró en Monteagudo, llevándose caballos y apresando al alcalde como rehén (7), en octubre se apoderó de una gran cantidad de cereales de la Fuente del buitre y de La Cañada de Mira, esta última de propiedad del comandante del batallón de voluntarios de utiel, Francisco Pardo y Gómez (8) y en noviembre la facción de Villalain se presentó en Camporrobles, en busca del comandante de Mira para fusilarlo a él y a cuantos cogiesen de su partida, desconociendo los motivos.

Mientras Crisanto hacia sus correrías, en el mes de Julio se produjo la toma de Cuenca por las tropas carlistas lideradas por Alfonso Carlos de Borbón, hermano del pretendiente Carlos VII. El día 13 de julio el ejército carlista estaba ante la ciudad del Júcar. El bombardeo empezó al día siguiente. Muchos vecinos afines a la causa carlista huyeron y se incorporaron al ejército sitiador. El 14 de julio los carlistas decidieron un ataque general, la defensa era difícil para los republicanos, pero Madrid había prometido refuerzos. Sin embargo, el día 15, tras un bombardeo general, se abrió una brecha en la defensa. La ciudad fue cayendo poco a poco durante la madrugada, y el brigadier De la Iglesia, comandante republicano, huyó. Los días posteriores a la derrota se saldaron con un saqueo general de los carlistas, por lo que este enfrentamiento es también conocido como el saco de Cuenca.

1875
A finales de 1874 se desarrolla el pronunciamiento de Sagunto por el general Arsenio Martínez Campos, que supuso la restauración borbónica en España y el fin del Sexenio Democrático y de la Primera República. El nuevo rey, Alfonso XII, desembarcó en Barcelona el 9 de enero donde fue recibido con gran júbilo, mucho mayor que el que se había dispensado al rey Amadeo I cuatro años antes. El 15 de enero entraba en Madrid de forma «apoteósica» según las crónicas.

A raíz de la restauración de Alfonso XII, el general del ejército del centro dictó un bando concediendo indulto a los carlistas que se presentaran a las autoridades (9). Uno de los que se presentó, fue el mireño Crisanto, aunque las noticias son algo confusas, pues después de ser indultado, los carlistas de la facción de Bonet lo detuvieron y lo pusieron preso en Tuejar, aunque logró fugarse para ser de nuevo arrestado en Requena. En junio de nuevo tenemos noticias del comandante de armas de Mira, de nuevo fue indultado, pero volvió a las filas carlistas como comandante de armas de Camporrobles y Venta del Moro (10). Estas serían las ultimas noticias de este indómito personaje.

El 10 de marzo, por Real Orden gubernamental, el comandante general Manuel de Salamanca fue destinado al Ejército del Centro al mando de la 2.ª División, teniendo como objetivo inicial acabar con los dominios carlistas en Chelva y el collado de Alpuente.  Para este fin durante los meses de abril y mayo visitó varias poblaciones del oeste de Valencia para desarrollar un plan sencillo; fortificar varios pueblos, formar milicias e instalar telégrafos ópticos de su propia invención (11), cuya principal ventaja era la sencillez de su implantación y manejo, utilizando torres existes para colocar un mástil de madera que contenía dos aspas de madera que giraban para componer las señales y enviar la comunicación. Con todo ello se consiguió ocupar Chelva el 19 de mayo. Sin embargo, no del todo contento del control sobre la zona, construyó hasta quince torres ópticas, de Utiel a Liria (12), las torres de Domeño y Losa (13) y diversas obras de ocupación en Chelva. Tras ello, se inició el asalto al collado de Alpuente, siendo conquistado el 19 de Julio. Con ello prácticamente se pacificó la zona y las últimas partidas se fueron rindiendo o serían detenidas. En una de las últimas acciones fueron detenidos el mireño Cipriano Martínez, Joaquim Alberich de Talayuelas, Bonifacio Martínez de Utiel y el famoso comandante de armas de Sinarcas, Francisco Martínez (14).

La provincia de Cuenca; ¿Carlista? o ¿Liberal?
Varias características de la provincia de Cuenca de aquella época, como su religiosidad, su economía altamente agrícola o el clímax tradicionalista que se vivía en los pueblos, pueden hacer pensar que los conquenses podrían sentirse más próximos a las ideas carlistas, sin embargo y a falta de estudios más detallados del conflicto en la provincia, una hipótesis sería que estuvo más generalizada una pasividad o indiferencia, que llevó a una obediencia casi servil ante ambos contendientes para evitar problemas. Aquellos que pudieron sentirse próximos al carlismo, muchos lo harían dentro del llamado carlismo pasivo (15). En relación con esta hipótesis, el general liberal Salazar recorrió en 1874 varios puntos de la provincia de Cuenca, ofreciendo la observación que los pueblos reconocidos como Carlistas, no lo eran en verdad, pues lejos de tener alguna opinión marcada, eran generalmente completamente indiferentes a toda idea política, se ocupaban de sus faenas agrícolas, y obedecían al enemigo aterrorizados por sus amenazas y violencia. En general describió a los conquenses como laboriosos, humildes y obedientes hasta el servilismo, sirviendo a las tropas del gobierno con igual eficacia y voluntad que a los facciosos (16).

Los avances tecnológicos en el siglo XIX y la guerra
La Primera Guerra Carlista fue el último gran conflicto previo a varias revoluciones tecnológicas de mediados del siglo XIX, los treinta años que separan la primera guerra de la tercera, dieron espacio para que innumerables avances tecnológicos crearan nuevas posibilidades. En la época de 1830, varios ejércitos europeos ya habían adoptado las armas de percusión, que eran las sucesoras de las armas de chispa (17), pero los problemas económicos de ambos bandos en España les obligaron a dejar de lado las novedades tecnológicas y a conformarse en utilizar armamento anticuado, en su mayoría de importación. Esto cambiaría en la tercera guerra, lo liberales pudieron tener el armamento más sofisticado de su momento, como el fusil Rémington, un arma de retrocarga de gran éxito por su simplicidad de su mecanismo, robustez y con una velocidad de disparo impensable en la primera guerra. Por su parte el bando carlista, especialmente en el norte, no se puede decir que estuviera mal armado, de hecho, fue la vez que mejor tecnología militar presentó en los campos de batalla. El problema fue la diversidad de bocas de fuego con las que se armaban los batallones y que dificultaba enormemente las labores de aprovisionamiento de munición. Uso preferentemente fusiles franceses Berdan, escopetas Lefaucheaux 1850, fusiles Chassepots 1865, escopetas Ibarra y fusiles Rémington; estos dos últimos fabricados en Éibar, Ermua y Plasencia, y los anteriores comprados por los agentes carlistas en el extranjero (18). 

La invención de la fotografía permitió explorar nuevas posibilidades para ofrecer imágenes de la guerra, sin embargo, no se utilizó en la primera guerra pues todavía tendría que resolverse algunos problemas técnicos y madurar su expansión. Se considera la Guerra de Crimea, entre 1853 y 1856, como el primer escenario donde aparece este género de la fotografía de guerra, con fines de difusión popular masiva. En España, el primer fotógrafo corresponsal de guerra fue el malagueño Enrique Fazio durante la “Guerra de África” en 1859. Durante la Tercera Guerra Carlista varios fotógrafos realizarían un gran número de fotografías, en su mayoría retratos. De las tomas realizadas en exteriores, sobresalen las sacadas por el fotógrafo francés Charles Monney Millet sobre el sitio de Bilbao.


Vista de la ría del Nervión en el primer día del bombardeo durante la tercera
guerra carlista (Bilbao, 21 de febrero de 1874). Charles Monney Millet 

Durante 1834, poco después de comenzar la Primera Guerra Carlista, el ejército liberal construyó una red de 13 a 15 estaciones telegráficas ópticas partiendo de Pamplona, pasando por Logroño y terminando en Vitoria. Desempeñando un papel importante como medio de comunicación por parte de las tropas isabelina en el norte y siendo el medio con que obtuvieron la primera noticia de la herida mortal recibida por Zumalacárregui en junio de 1835. Durante esa misma época, hubo importantes avances tecnológicos en relación con el telégrafo eléctrico, pero eran demasiado iniciales y no tuvieron ninguna aplicación durante el conflicto. Antes que se iniciara la tercera guerra, la península ya contaba una red de telegrafía eléctrica que incluía todas las capitales de provincia y ciudades principales del territorio peninsular, las islas Baleares y Ceuta, teniendo un papel importante durante el conflicto. No obstante, en varios lugares se utilizaron redes alternativas de telegrafía óptica con la finalidad de reforzar o sustituir la red electrotelegráfica, dados los frecuentes sabotajes carlistas que sufrió ésta.

El ferrocarril fue uno de los grandes inventos del siglo XIX, y aunque la primera línea en España se construyó en 1837 en Cuba, no sería hasta mediados del siglo XIX, con la ley general de Ferrocarriles, que se produjo una rápida expansión por todo el país con la construcción de un importante número de líneas. Sería durante la tercera guerra, con una importante red construida, que fue de gran ayuda para el gobierno para mover a sus tropas de manera rápida y eficaz. Al igual que la red electrotelegráfica, fue un objetivo prioritario de sabotaje para los carlistas, pero también fue una herramienta útil para su causa, ya que fue frecuente el secuestro de convoyes para movilizar sus tropas o para actuar por sorpresa.  El ferrocarril Aranjuez-Cuenca fue autorizada a mediados del siglo XIX sin embargo su abertura no se llevó acabo hasta 1883. 

Posible sabotaje carlista en la línea Madrid-Córdoba.
Diciembre de 1874. J. Laurent


BIBLIOGRAFÍA:
1. Narración militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876, página 07. 1889. Tomo XIV.
2. Narración militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876, página 53. 1889. Tomo XIV.
3. Narración militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876, página 88. 1889. Tomo XIV.
4. Narración militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876, página 100/104. 1889. Tomo XIV.
5. Viana, Miguel Ballesteros. Historia y anales de la muy leal, muy noble y fidelísima villa de Utiel. [aut. libro] Apendices de la historia contemporanea.
6. El Imparcial. 10 Junio, 1874.
7. El Imparcial. 23 Julio, 1874.
8. El Imparcial. 03 Octubre, 1874.
9. La Iberia. 17 Enero, 1875.
10. El Siglo futuro. 24 Junio, 1875.
11. La Correspondencia de España. 03 Mayo, 1875.
12. El Globo. 20 Mayo, 1875.
13. El Globo. 04 Julio, 1875.
14. La Iberia. 08 Septiembre, 1875.
15. La participación política carlista durante el sexneio democrático. El caso de Cuenca. Castañeda, Eduardo Higueras.
16. Narración militar de la Guerra Carlista de 1869 a 1876, página 265. 1889. Tomo XIV.
17. Calvó, Juan L. Armamento portátil en la 1ª Guerra Carlista.
18. González, Enrique Roldán. El corresponsal en España. 50 Crónicas de la Tercera Guerra Carlista.

La guerra de la independencia


En 1806, Napoleón fracasa en invadir Gran Bretaña y decreta el Bloqueo Continental, que prohibía el comercio de productos británicos en el continente europeo. Portugal, tradicional aliada de Inglaterra, se niega a acatarlo y Napoleón decide su invasión. Para ello elaboró un plan y consigue que el 27 de octubre de 1807, Manuel Godoy, firme con Gérard Duroc, representante de Napoleón, el Tratado de Fontainebleau, en el que se estipula la invasión militar conjunta franco-española de Portugal, para lo que se permite el paso de tropas francesas por territorio español.

Más de 20 000 soldados franceses entraron a España comandados por Junot en octubre de 1807, con la misión de reforzar al ejército hispano para atacar Portugal. Poco a poco las tropas francesas van posicionándose en lugares estratégicos como Pamplona, Barcelona, Figueras, San Sebastián, Burgos, etc. Todo ello ante la pasividad del rey Carlos IV, su primer ministro y las autoridades locales. El pueblo sin embargo comenzó a observarlas como algo amenazante y hacía febrero de 1808 hubo pequeños brotes de rebeldía en varias partes de España, como Zaragoza.

En marzo se produce el Motín de Aranjuez. Carlos IV debe destituir a Godoy y éste tiene que salir del país por temor a morir linchado a manos del pueblo. Obligado por la penosa situación, el rey abdica y Fernando se convierte en el nuevo monarca español. Al conocer Napoleón los sucesos en España, obliga a Fernando VII y su padre, Carlos IV a acudir a Bayona, donde se producirán las abdicaciones de Bayona. En Madrid mientras tanto, Murat solicitó, supuestamente en nombre de Carlos IV, la autorización para el traslado a Bayona de los dos hijos de éste que quedaban en la ciudad, la reina de Etruria María Luisa, y el infante Francisco de Paula. Aunque la Junta se negó en un principio, tras una reunión de urgencia en la noche del domingo 1 de mayo, y ante las instrucciones de Fernando VII llegadas a través de un emisario real desde Bayona, finalmente se cedió. Al día siguiente, 2 de mayo de 1808, se desarrolla la conocida rebelión madrileña, reprimida duramente por el general Joachim Murat.

Varios días después, la Gazeta de Madrid anuncia las abdicaciones de Bayona y a medida que el comunicado va llegando a las distintas ciudades españolas empiezan las sublevaciones en nombre de Fernando VII, como en Valencia el 23 de mayo, cuando el “crit del Palleter” declara la guerra a Napoleón [1].

En Alcalá de Henares, el Regimiento Real de Zapadores Minadores proclamaron preferir morir de hambre a comer el rancho costeado por el dinero francés y decidieron marcharse hacia Cuenca en la noche del 24 de mayo. Al llegar a Villar de Horno recibieron las noticias de la dudosa actitud de las autoridades de Cuenca y decidieron evitarla y dirigirse a Valencia. El 2 de junio llegarían a Camporrobles desde Víllora, y aunque los documentos consultados no mencionan a Mira, es de suponer que pasaron por su término. El regimiento hizo su entrada triunfal en Valencia el 7 de junio, donde la Junta Suprema del ejército de Valencia les dio la gracias, un grado a los oficiales y un premio en metálico a la tropa.

Paralelamente, en Sevilla la Junta local adopta el nombre de Junta Suprema de España e Indias, impulsora del texto considerado como la declaración formal de guerra contra Napoleón emitido el 6 de junio.

Ante la sublevación valenciana, el mando francés manda al mariscal Moncey hacia Valencia. En su itinerario, pasaría por la ciudad de Cuenca el 11 de junio, donde no encontraría ningún tipo de oposición. El mando español conocedor del plan, da la orden al mariscal de campo D. Pedro Adorno de defender el desfiladero de Las Cabrillas, posición muy ventajosa para contener el avance del mariscal Moncey sobre Valencia. No obstante, el general Adorno se dispuso a adelantar la defensa hasta la línea del Cabriel, que poseía tres puentes en un frente de 14 kilómetros: el de Pajazo sobre la antigua carretera de montaña, el de Contreras 1.200 metros al sur y el de Vadocañas unos 12 kilómetros al sur de este último.

Al final Moncey dirigió su ejército al Pajazo, lugar que estaba defendido por 3.500 hombres encuadrados en unidades bisoñas de nueva creación, excepto el 1er. Batallón del Regimiento suizo Traxler nº. 5 (de unos 890 soldados veteranos) al frente de su jefe, el coronel Traxler, y un batallón de Guardias Españolas huido de Madrid al mando del brigadier D. José Ignacio Miramón (de unos 400 hombres). Nada más llegar los franceses a la vista del puente llegaron al mismo un batallón de Voluntarios de Requena con varios artilleros y zapadores escoltando cuatro cañones de grueso calibre enviados por la Junta de Valencia. Don Quintín de Velasco, oficial de ingenieros, construyó con los zapadores a la salida del puente un parapeto tras el cual se asentaron dos cañones apoyados por dos compañías de suizos de Traxler; en las alturas inmediatas se colocaron las otras dos piezas apoyadas por el resto del batallón Traxler, las Guardias Españolas y los Voluntarios de Requena.

El plan de Moncey fue organizar dos columnas de ataque: una contra el puente y otra contra un vado que permitía vadear el río Cabriel al norte del citado puente, lugar que creemos situar cerca de La Calabaza de La Fuencaliente de Mira, donde los antiguos mapas indican un paso. También los franceses colocaron dos cañones y un obús en las alturas que había frente a las tropas españolas para apoyar el ataque de ambas columnas.


El combate duró escasamente una hora. Mientras la artillería francesa neutralizaba con sus rápidas descargas los fuegos de la artillería española, la columna dirigida contra el vado logró atravesar el mismo amenazando desbordar el ala derecha del despliegue español. La posición del puente resultó insostenible. Los paisanos se desbandaron en dirección a Villagordo y Caudete y los Guardias Españoles se retiraron hacia Mira. El 1er. Batallón de Traxler permaneció en su puesto intentando salvar los cañones y proteger la retirada del resto de fuerzas españolas. Las dos compañías desplegadas en apoyo a los dos cañones del puente quedaron rodeadas de enemigos, que les ocasionaron 20 bajas entre muertos y heridos, y les obligaron a rendirse en número de 200 hombres. El resto del batallón, con el coronel Traxler a la cabeza, pretendió seguir las huellas de los Guardias Españoles, pero se extraviaron por las montañas al norte de Utiel y Requena; días más tarde fueron sorprendidos por una fuerza francesa, que les obligó a capitular.

El combate del puente del Pajazo costó a los franceses tan solo nueve bajas entre muertos y heridos [2].

Poco tiempo después, el 22 Julio de 1808, se desarrollaría una de las acciones más conocidas del conflicto, la batalla de Bailén. Su lugar en la historia vino por ser la primera batalla en que las tropas de Napoleón fueron derrotadas en campo abierto. La noticia de la victoria española corrió como la pólvora por toda Europa, siendo un revulsivo para Austria a empezar una nueva guerra contra Napoleón. Todo esto provocó en el ejército español una sobre confianza que trajo consecuencias negativas. Muchos militares españoles se atrevieron a seguir repitiendo la estrategia de combatir a los franceses en campo abierto, sin embargo, especialmente con la entrada de Napoleón en España el 4 de noviembre para dirigir personalmente la contienda, sus mariscales barrieron a las tropas españolas en varias importantes batallas. Un ejemplo de ello fue la batalla de Uclés en enero de 1809.

Las Juntas
Para organizar la resistencia contra las tropas francesas y asumir la administración en los territorios aún controlados por los españoles, se fueron constituyendo por todo el país diferentes juntas de gobierno. En la provincia de Cuenca aparecieron rápidamente varias, como la de Requena en mayo de 1808, aunque en un principio dependiente de la Junta Superior de Valencia. La Junta Superior de Cuenca no se crearían hasta el 22 de agosto, no sin polémica, ya que varias poblaciones no vieron con buenos ojos depender de ella. Un ejemplo de ello fue Moya, que no aceptaría la tutela de Cuenca y prefirió mantenerse en la Junta Superior de Valencia en un inicio, para posteriormente adherirse a la Junta de Aragón, donde también habría territorios castellanos como el de Molina. Por este motivo la Junta se acabó llamando Junta Superior de Aragón y parte de Castilla.

Saqueos y espiral de crueldad
Las ciudades sitiadas por los franceses se convirtieron en verdaderas ratoneras de muerte: tras el asalto venía el saqueo, los robos, las violaciones de las mujeres, los incendios y excesos de todo tipo. De hecho, el saqueo eran parte del sueldo del soldado. Así estaba estipulado para los ejércitos franceses desde la época de la Revolución, y también para los ingleses. Un ejemplo de ello lo tenemos tras la batalla de Uclés, donde las tropas francesas que tomaron la población se empeñaron en un salvaje saqueo, cometiendo todo tipo de tropelías sobre la población local. Las casas y el monasterio fueron saqueados. Los monjes, cargados con angarillas y albardas, sufrieron mofa, los hombres degollados en la carnicería y unas 300 mujeres, primero violadas y, luego, sus clamores fueron acallados quemándolas vivas en la iglesia del pueblo [3].

La actitud del invasor llevó al pueblo español a un enfurecimiento y un odio extremo. En los libros franceses se habla continuamente de soldados masacrados y torturados sin pasión por un pueblo que a la mínima posibilidad desataba toda su ira. La situación mejoró algo cuando el mando francés consideró como combatientes a las tropas irregulares y poco a poco se fueron aplicando las leyes de guerra a los prisioneros de ambos bandos.

Expolios
Durante el conflicto se produzco posiblemente el mayor saqueo y destrucción del patrimonio histórico y artístico de la historia de España. Este afectó notablemente al patrimonio arquitectónico y figurativo, pero también al documental y sentimental. Muchos edificios (iglesias, monasterios, palacios) fueron demolidos por formar parte del sistema defensivo de las ciudades como Zaragoza, Gerona, Cádiz, Alicante, Salamanca o Burgos, pero otros fueron saqueados e incendiados sin más por vandalismo o por venganza. Algunos nunca fueron recuperados y otros por su valor artístico fueron reconstruidos entre los siglos XIX y XX.

La provincia de Cuenca sufrió varios expolios, como el perpetrado a la catedral de Cuenca durante en el agosto de 1808 por las tropas del General Caulaincourt, donde se llevaron todos los trozos de plata de la destruida Custodia de los hermanos Becerril, infinidad de alhajas, lámparas, candelabros y cálices y todo cuanto tuvo a mano para su rapiña, calculándose el saqueo, en más de treinta millones de reales [4].

Las guerrillas
Para los franceses todo comenzó con una simple rebelión de las clases bajas, y los guerrilleros eran simples bandidos, que se ensañaban con soldados solitarios o con los correos, y por ello usaban la palabra "brigands". La mayoría de sus tropas no estaban preparadas, ni militar ni psicológicamente, para este tipo de guerra. No fue hasta 1810 que se empezó a generalizar la palabra "guerrilla", como traducción directa de la descripción francesa: "petite guerre", sustituyendo también al nombre ''partidas''. Junto al pueblo llano, también hubo entre los guerrilleros soldados y oficiales de los ejércitos españoles dispersados en las primeras derrotas. Para un campesino era mucho más fácil formar parte de la guerrilla que del ejército, pues la lucha se realizaba en comarcas cercanas a su localidad y podía volver a casa para la siembra y cosecha. Algunos se negaban, incluso, a combatir en otras provincias [5].

En la provincia de Cuenca, ante la falta de una cultura organizativa para poder formar un ejército regular, las principales fuerzas de lucha contra el francés fueron las guerrillas. Estas se componían entre una mezcla de héroes locos y valientes, junto con indeseables bandoleros. Un ejemplo de ello fueron las tropas rebeldes de Moya comandadas por el capitán Malabia, que en algún momento llegaron a estar compuesta de 500 hombres [6]. El canónigo Trifón Muñoz y Soliva, en su historia de Cuenca, hace un retrato del comportamiento de estas durante la ocupación de la ciudad de Cuenca en 21 de Junio de 1808, describiéndolas como: «chusma sin subordinación ni disciplina, que al color de exagerado patriotismo, se entregaron a detestables excesos y comprometieron la ciudad[7]

Uno de los guerrilleros más famosos del conflicto fue Juan Martín Díez, más conocido como El Empecinado. Aunque en un inicio sus acciones se extendieron por las sierras de Gredos, Ávila y Salamanca, posteriormente se centraron en las tierras entre Guadalajara y Cuenca. En ellas el principal cometido era dañar las líneas de comunicación y suministro del ejército francés, interceptando correos y mensajes del enemigo y apresando convoyes de víveres, dinero, armas, etc.

La Junta Superior de Aragón y parte de Castilla en la comarca
La Junta se encontraba a principios de 1811 en la localidad turolense de Abejuela, cuando tuvo noticias de la caída de Tortosa, por lo que se tomó la decisión de trasladarse a la villa de Landete. Allí se reanudaron las sesiones el día 14 de enero, permaneciendo aquí la Junta hasta el 3 de febrero, donde un nuevo traslado llevó a la Junta a Utiel donde residiría desde el 13 de febrero hasta el 21 de noviembre de 1811.

La Junta, cuando se desplazaba, lo hacía con todo el aparato burocrático e incluso con los miembros del Tribunal de Vigilancia y casi siempre, también, con la Intendencia. En este caso para mantener en lugar seguro la fabricación y reparación de armas, también se trasladó una armería. El lugar elegido no fue Utiel, sino la población de Mira, desconociendo las razones que llevaron a tomar tal decisión. La fábrica estuvo operativa desde el 3 de marzo hasta finales de noviembre de 1811, y aunque no sabemos su ubicación exacta, podemos especular que pudo instalarse en una herrería del pueblo.

La armería estuvo compuesta por varios operarios bajo la dirección de Mariano Brusi, maestro armero que fue contratado por el General Pedro Villacampa. Con el tiempo también se sumó al grupo un guardalmacén e interventor llamado Pedro Gutiérrez. De las actas de la Junta se desprende que hubo continuas tensiones por los retrasos en los pagos a la armería, hasta el punto de que en varias ocasiones el director de la armería manifestó la intención con dejar la actividad sino se les pagaba con lo pactado. También el ayuntamiento de Mira se quejó, pidiendo a la Junta que trasladara la armería a otro pueblo o bien que se detallaran los pueblos de la comarca que deberían de contribuir con las raciones diarias a los trabajadores y demás, pues ya no podía el pueblo continuarlas sin arruinarse. Sin embargo, la Junta no lo consideró, argumentando que, aunque tener la armería era un gravamen, liberaba al pueblo de hacer otras concesiones de mayor consideración. También se informó que Mira tenía suficientes medios para sostener y facilitar a los operarios de la armería las raciones de pan y etapa, pues solo el molino harinero era capaz de producir 100 caíces de trigo cada año.

Para su actividad, continuos abastecimientos de hierro y carbón fueron necesarios, posiblemente teniendo como origen los pueblos cercanos. De esta fábrica salieron fusiles de chispa para la infantería y tercerolas, un tipo de carabina utilizada por las unidades de caballería, y aunque en la documentación existente no se menciona, seguramente también se produjeron armas blancas y pistolas. Todas ellas tenían como principal destino las tropas del general Villacampa o las del mariscal Obispo, ambas acantonadas en Moya y Landete, desde abril de 1811 hasta julio del mismo año [8].

Aparte de la armería, la Junta decidió en las primeras sesiones realizadas en Landete, la utilización del monasterio de Nuestra Señora de Tejeda de Garaballa como hospital militar. En su elección varias voces se levantaron en contra, ya que no tenía los techos bajos, era estrecho, estaba lejos del acantonamiento de las tropas y no tenía cerca una gran población. La junta sin embargo, argumentó que la ubicación del hospital era accidental hasta que se viera con más claridad el rumbo de las cosas [9]. Su funcionamiento se extendió desde febrero de 1811 hasta mayo de 1812.

En el Archivo Histórico Nacional existe un interesante expediente del hospital, donde se describe en detalle el tratamiento utilizado a un soldado enfermo de Daroca [10]. Por su interés lo comparto:

En la tarde del día 3 de este mes entro enfermo un soldado de Daroca con una ulcera corrosiva en la pierna izquierda, se quejaba, tenía dolor, su pulso estaba febriciente(?) la lengua húmeda y sin saburra, su temperamento bilioso y según preguntas que le hice no había complicación. Mandé cubrir la ulcera con planchuelas mojadas en la disolución de la goma arábiga y su compresa con el vendaje suavemente conteniendo e interiormente un grano (1) de extracto gomoso de opio por la noche y dieta. En la visita de la mañana del 4 se aumentó el dolor y por consiguiente el movimiento febril. No tenía otra novedad, dispuse (?) 2 granos de dicho opio disueltos en una libra de agua y se le diese en 4 veces, se fomentase con la disolución de dicha goma. La mañana del 5 era más el dolor y tras lo antes dispuesto se lo mandé aumentar un grano de opio y siguiese con lo mismo, por la tarde se apaciguo algún tanto, la del 6 estaba tranquilo pues el dolor se mitigó, pero decía tenía amarga la boca, la lengua estaba con algo de saburra y tenía alguna gana de comer. Mandé se le suministrase en 3 tomas media onza de crémor tártaro (2) a la dieta del caldo le aumente el chocolate doble. La del 7 se hallaba sin dolor y sin aumento de amargor (?) y con gana de comer. Mandé se le suministrase en 3 veces media onza del crémor tártaro al día siguiente y se quitase el fomento, poniéndose a sopa con vino. La mañana del 8 se presentó a supuración y algo de fendez(?) por lo que se suspendió todo por aquel día. La del 9 era más la fendez(?) y le mandé suministrar una libra de tintura de quina en 3 dosis y 2 fomentos con dicha tintura y lo puse a ración, no hubo más novedad hasta el 15 día en que levante el apósito y se halló la ulcera encarnada la que se cubrió con la tela secas y ahora  se está cicatrizando esta ulcera corrosiva, no hizo más progresos porque le impidió el opio con preferencia a la goma arábiga aunque esta también coadyuvó como precisa en estas ulceras pues lo tengo experimentado en esta campaña y observe su aplicación en la última con Francia y en no levantar el apósito, requisito muy necesario y mucho más en hospitales(?) cárceles. [11]

(1)   Grano: medida de farmacopea antigua al igual que la libra de peso y la onza con la siguiente equivalencia:
1 grano: 50 miligramos.
1 libra: 350 gramos.
1 onza: 28,76 gramos.

(2) Crémor tartárico, sustancia usada en farmacopea antigua. 


La batalla del Tollo
El día 22 de agosto de 1812, el gobernador militar francés de la provincia de Cuenca, el general barón de Maupoint, recibió órdenes del mariscal Suchet, ordenando el repliegue de todas las tropas francesas desplazadas por la provincia y salir con destino a Valencia, para unirse a las fuerzas del mariscal.

Pedro Villacampa, estando su división en Landete, tiene noticias de que dicho general francés ha abandonado Cuenca con sus tropas y sigue destino hacia Valencia. Con ello determinó atacarlos, para cuyo fin mandó separar de la División los equipajes y soldados endebles para forzar las marchas que pudiesen ocurrir.

El día 24, después de algunas marchas y contramarchas, consecuentes a las que el enemigo hacía, por desorientar del conocimiento de su verdadera dirección, llegó la División a Mira, en donde supo que el enemigo había pasado el Puente Pajazo, y acampado cerca de Villargordo. Intuyó que el enemigo debía pasar por Utiel y como la marcha que tenía que hacer la División para anticipárseles era larga, dispuso que los soldados dejasen en Mira sus mochilas para mayor desembarazo. La División camino toda la noche, llego al amanecer del 25 a Utiel e intentó tomar posición, pero el enemigo ya estaba muy cerca, motivo por el que no fue posible formarles una verdadera emboscada, reduciéndose solo a ocultar los batallones en unas viñas con el frente paralelo al camino que debían traer para atacarlos por el flanco derecho de su marcha si se conseguía sorprenderlos.

Entre las 6 y las 7 de la mañana aparecieron los franceses con la caballería seguida de la infantería y en el centro dos piezas de artillería. El batallón de Molina abrió fuego contra el primer batallón francés, que encontró una posición ventajosa en un collado, donde dispuso las piezas de artillería. Villacampa acudió con el batallón de reserva en auxilio de los de Molina y detuvo el avance francés, obligándole a retirarse y a dejar un cañón en el campo de batalla. Mientras los de Aragón y los húsares de la caballería cargaron contra los contrarios y decidieron la acción a favor de los españoles.

En cuatro horas, las tropas españolas obligaron a los franceses a batirse en retirada y refugiarse tras las murallas de Requena. En el campo dejaron dos cañones, numerosos pertrechos, munición, intendencia y 126 prisioneros, además de decenas de heridos en Requena y Buñol. La Acción de Utiel le valió a Villacampa ser condecorado con una de las primeras Cruces Laureadas de San Fernando que impuso Fernando VII tras su regreso a España [12].


Final de la guerra
Sobre el 30 de junio de 1813 los franceses abandonan la comarca y el regimiento de Voluntarios de Cuenca se hace con la zona. En octubre, ingleses, portugueses y españoles cruzaron los Pirineos. La guerra prosiguió en el sur de Francia. Hubo combates en el río Nivelle, Bayona, Garris, Orthez, Toulouse y en Bayona. Los soldados españoles realizaron saqueos en las localidades francesas como venganza por los excesos cometidos anteriormente por las tropas francesas en España. El 11 de diciembre Napoleón aceptaba la suspensión de las hostilidades y firmó con el derrocado rey el tratado de Valençay, por el que lo dejaba en libertad y lo reconocía como rey de España. Fernando VII regresó a España en marzo de 1814.


BIBLIOGRAFÍA
[1]     V. M. Colomer, Sucesos de Valencia desde el día 23 de mayo hasta el 28 de junio de 1808 Valencia, 1810.
[2]     P. López, Historia de la Guerra de la Independencia.
[3]     F. Vela Santiago, El desastre de Uclés. 1809, 2015.
[4]     J. M. R. González, «El traidor y la pérdida de la custodia de los Becerril».Voces de Cuenca.
[5]     J. L. G. d. Paz, L a guerra de la independencia en Guadalajara y Tendilla.
[6]     T. Saez, «Los guerrilleros Moyanos,» Revista Moya – Asociación Amigos de Moya, nº 11.
[7]     T. M. y. Soliva, Historia de la ciudad de Cuenca y del territorio de su provincia y obispado, 1866.
[8]     H. L. Rabaza, Actas de la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla (1811).
[9]     H. L. Rabaza, Actas de la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla (1811).
[10]     Estado de los enfermos de la 4ª división en el hospital militar de Tejeda en la provincia de Cuenca..
[11]     Transcripción con la ayuda de Carlos Javier Gómez Sánchez y Fernando Moya Muñoz.
[12]     M. B. Viana, Historia y anales de la muy leal, muy noble y fidelísima villa de Utiel.

La segunda guerra carlista


Después de la Primera Guerra Carlista, se produce el intento por parte del carlismo de encontrar una solución a sus intereses a través de una propuesta de matrimonio entre el hijo del pretendiente Carlos V y Isabel II, formula que contó con el apoyo de algunos sectores más a la derecha de los moderados. Para llevarlo a cabo, el 18 de mayo de 1845, Carlos V abdica en su hijo, D. Carlos Luis Fernando de Borbón y Braganza, conde de Montemolín, convirtiéndole en el nuevo pretendiente con el título de Carlos VI. Sin embargo, todo quedaría frustrado en el momento que se conoce que Isabel II se casará con Francisco de Assis, provocando que un mes antes de la boda real, el nuevo pretendiente publicará un manifiesto llamando a la lucha armada a favor de sus derechos dinásticos. Paralelamente en Catalunya, hay una fuerte crisis económica de base agraria y industrial, que dejó muchas personas sin trabajo y con un descontento generalizado ante el retorno del sistema de quintas. Todos estos factores, desembocarían en un nuevo conflicto que tuvo lugar fundamentalmente en Cataluña y que se conoce con el nombre de Segunda Guerra Carlista, Guerra dels Matiners o Campaña Montemolista.

El primer levantamiento se produce en septiembre de 1846, cuando un conocido carlista catalán, Benet Tristany, se levanta en Solsona junto a 300 hombres. Varios meses más tarde, el 16 de febrero de 1847, el mismo Benet Tristany, realiza una espectacular acción en Cervera donde logra hacerse con los fondos de varias oficinas públicas al grito de “Viva la Constitución y Carlos VI!”. En poco tiempo el número de partidas carlistas aumentó en toda Cataluña, llegando a unos 4.000 hombres armados a fines de ese año y con una importante complicidad de una buena parte de la población.

Al mismo tiempo, el movimiento carlista intentó difundir la revuelta a otras zonas de España. En la provincia de Cuenca, el 20 de marzo de 1847, las autoridades deciden ante la posibilidad que pudieran aparecer facciones de Aragón o Valencia, reforzar los puestos de la Guardia Civil de La Montilla, Mira, Tragacete, Cañete y Beteta, como una especie de línea avanzada para cubrir las avenidas más sospechosas y tener más concentrada la fuerza para evitar sorpresas [1]. También hubo cierto seguimiento sobre los individuos indultados de la primera guerra, que se calculaba eran alrededor de 600 personas en toda la provincia. Durante ese año no hubo ningún hecho conocido, tan solo noticias confusas como un posible alzamiento en Cañete sin confirmar [2]. Si se registraron casos de carlistas que decidieron marcharse a Cataluña para ayudar la causa, como los conquenses Manuel Giménez y Mariano León que terminaron fusilados en Solsona [3].

Para dar un impulso a la lucha, el 23 de junio de 1848, Ramón Cabrera, a petición del Pretendiente Carlos VI, traspasa la frontera española para insertarse en la provincia de Gerona. Su prestigio en la anterior guerra le facilita el reclutamiento de fuerzas importantes y se pone al frente de las partidas Carlistas de Cataluña, Aragón y Valencia. Sin embargo, no tuvo el éxito esperado, ni siquiera pudo entrar en el Maestrazgo, su bastión en la Primera Guerra Carlista. En la comarca, el conflicto aparece practicamente con la llegada desde Francia de un viejo conocido, el Utieliano Timoteo Andrés, más conocido como “El Pimentero”. Su primera aparición documentada fue en septiembre de 1848, liderando una partida e intentado invadir algunos pueblos del marquesado de Moya [4]. Más tarde se publicaría, que exceptuando Mira, Utiel y Requena, no había población en la zona que se librara de su visita [5], pero al final sus escaramuzas no tuvieron mucho recorrido, a finales de octubre, su facción fue sorprendida en la aldea de La torre de Utiel y tuvo que huir hacia Tarancón. En el mes de marzo de 1849, sería capturado y ajusticiado. Al final ninguna facción llegó a tener éxito, principalmente porque apenas hubo la complicidad de la población, la primera guerra era reciente y prácticamente todo el mundo deseaba la paz.

Una particularidad de esta segunda guerra, fue la participación junto con las partidas carlistas de grupos de ideología republicana. Un ejemplo lo tenemos el 27 de octubre de 1848, cuando unas pequeñas partidas republicanas y de carlistas, rondaban por la zona de la Jorquera en Albacete [6]. Desconocemos el desarrollo de este tipo de movimientos en la provincia de Cuenca.

El 4 de abril de 1849, el Pretendiente fue detenido al intentar entrar en España por la frontera francesa y regresó a Londres. El 23 de ese mismo mes, cruza la frontera D. Ramón Cabrera y finalmente, el 14 de mayo de 1849, cruzaron los últimos carlistas mandados por Tristany. La segunda guerra carlista había concluido.

BIBLIOGRAFÍA:
[1] La Esperanza, 23 Marzo 1847.
[2] El Eco del comercio, 30 Septiembre 1847.
[3] El Heraldo, 5 Abril 1847.
[4] El Católico, 6 Septiembre 1848.
[5] El Católico, 6 Septiembre 1848.
[6] El Observador, 27 Octubre 1848.

El arte de blanquear la ropa


“Hacer la colada” es una frase que todavía hoy conservamos en el habla común para referirnos a lavar la ropa, aunque en realidad define una acción más concreta y es la de blanquearla e higienizarla.

Las culturas del mundo antiguo, como la fenicia o la griega, utilizaron distintos procedimientos para blanquear la ropa. La mayoría de aquellos métodos eran procedimientos naturales que empleaban agentes blanqueadores como la ceniza, la orina podrida o las tierras arcillosas, dada la alcalinidad de tales substancias. En la antigua Roma, era común unos cubos para la recogida de orina en las calles. Los transeúntes podría hacer sus necesidades en ellos y cuando los tanques estaban llenos se llevaban a una lavandería. Ahí se diluía en agua y se vertía sobre la ropa sucia, después un trabajador pisaba fuertemente la ropa para agitarla.

En la Europa de la edad media, fue Holanda quien mejor desarrolló las técnicas del blanqueo, siendo la ciudad de Haarlem su epicentro, donde comerciantes procedentes de diversas partes de Europa enviaban sus tejidos para su blanqueo. Los holandeses consiguieron mantener el monopolio industrial hasta el siglo XVIII.

Los blanqueadores modernos nacen de la labor de los científicos del siglo XVIII, como el químico sueco Carl Wilhelm Scheele, quien descubrió el cloro y del francés Claude Berthollet, quien reconoció que el cloro podría ser utilizado para blanquear telas y el primero en hacer hipoclorito de sodio. Unas décadas después, en 1820 el farmacéutico Labarraque cambió el potasio por el sodio. Así nació la lejía moderna, cuya formula se ha mantenido hasta nuestros días.

La colada en Mira
Antiguamente en Mira como en la mayoría de lugares de España, se realizaba la colada con una lejía obtenida de cenizas vegetales, siendo las mejores las que provenían de la leña de la carrasca. Tal era la cotización de esta ceniza, para este y otros menesteres, que en las ordenanzas de Mira de 1737 se dictó que ninguna persona fuera osada de echar fuego a las carrascas por aquella desordenada codicia de llevar a vender las cenizas, con pena de cuarenta reales por cada pie que se encontrara quemado.

Antes de realizar la colada, se iba al río, a las acequias o a los lavaderos del pueblo (la Fuente Vieja o Valdefuentes) para limpiar la ropa con jabón. Casi todo era ropa blanca, sobre todo sábanas. Posteriormente se llevaba a casa y se ponía la ropa dentro de un cuenco que generalmente era de cerámica y que por estas tierras se conocía como cociol (En otras partes se le podía conocer como coladero, cuezo, barreñón para colar, coció,  tina,  codo,  cossi,  coladoriu, colaeru, coladem, boguen, bugadeiro). Encima del cociol, tapando la boca, se ponía un cenicero, que era una ropa gruesa sobre la que se depositaba la ceniza. Se calentaba agua en un caldero y luego se vaciaba sobre la ceniza formando una pasta líquida. Poco a poco el agua iba colando por el cenicero arrastrando la materia activa de la ceniza, produciendo la lejía. Se dejaba colar como mínimo 6 horas pero para ir bien era aconsejable tenerlo todo el día. Había quien ponían un poco de laurel en las cenizas para perfumar la ropa. Después de la colada, al día siguiente, se sacaba la ropa del cuenco y se volvía a llevar al lavadero y se le daba una o dos jabonadas más. El proceso terminaba poniendo la ropa al sol. El resultado era una ropa blanca e higienizada, aunque había un dicho en el pueblo que decía "El que mierda mete en el cociol, mierda tiende al sol" que quería decir que si no se había lavado bien en un inicio, difícilmente se podía blanquear y cuando se tendiera estaría sucia. El líquido sobrante de la colada, se reutilizaba para limpiar e higienizar suelos o utensilios.

 Lavadero de la Fuente Vieja. Mira 1965


Ejemplo de Cociol. Museo Etnográfico de Terque

La desaparición paulatina de la colada tradicional se iniciaría en 1889, cuando Salvador Casamitjana empezó a comercializar por la primera vez en España la lejía que hoy conocemos, aun así el antiguo proceso de la colada se mantendría en mucho lugares rurales de España hasta aproximadamente los años 50.


BIBLIOGRAFÍA:
- El gran libro de la historia de las cosas. Pancracio Celdran Gomáriz.
- Sign. 1387/21 y 1387/22. Libro de Mira. Archivo Municipal de Requena.
- Mira. Un siglo de Historia 1875 - 1975
- http://www.villadesesa.com
- http://hassam.hubpages.com 

La primera guerra carlista


La muerte del Rey Fernando VII sin hijos varones, trajo a España grandes problemas sucesorios que se unieron a los problemas de inestabilidad política. La existencia de una única hija, Isabel, impulsó al rey a derogar la Ley Sálica, establecida en España en 1705, que impedía a las mujeres el acceso al trono. Su hermano Carlos María Isidro, hasta entonces su heredero, se refugió en Portugal y se negó a reconocer a su sobrina como heredera. A la muerte del rey en 1833, se proclamó reina a Isabel II, que era menor de edad, bajo la regencia de su madre María Cristina. Casi inmediatamente los partidarios del príncipe Carlos se sublevaron en varias provincias españolas dando lugar a la Primera Guerra Carlista.

El conflicto dinástico no dejó de ser un catalizador de un problema social que hacía tiempo se llevaba gestando, no solo en España, sino en varios países europeos. Por un lado estaban las ideas liberales, que propugnaban por la búsqueda de un nuevo régimen político que combinara la libertad y la modernidad, y por otro lado las ideas tradicionalistas,  que defendían mantener los valores del antiguo régimen, como la monarquía tradicional absolutista o el catolicismo conservador entre otros. Ninguno de los dos bandos fue homogéneo, pero a grandes rasgos, el bando liberal Isabelino estuvo compuesto por altos cargos de la administración estatal y provincial, ejército, clase media, hombres de negocio, ilustrados, masa popular urbana y la alta nobleza. El carlismo por su parte consiguió apoyo especialmente en las áreas rurales. En sus filas se encontraban realistas, absolutistas, parte de la nobleza rural, importantes sectores del clero bajo y medio y una masa popular compuesta por artesanos, pequeños campesinos propietarios y arrendatarios que se vieron negativamente afectados por las reformas de corte liberal [1].

El mismo día 2 de octubre de 1833 en que Fernando VII está siendo enterrado en el panteón real de El Escorial, empieza el levantamiento carlista cuando en Talavera de la Reina (Toledo), el administrador de Correos proclama rey a don Carlos, siendo la revuelta rápidamente sofocada y el administrador de Correos fusilado [2]. En los días posteriores, varios focos insurrectos se fueron produciendo en distintos lugares del país, como el 3 de octubre en Bilbao o el 5 en Prats de Lluçanès. En Cuenca el primer acto conocido se dio el 7 de octubre, cuando varios rebeldes habían sustituido varios ejemplares del manifiesto de S.M. por pasquines subversivos, en que se llamaba a los voluntarios realistas a que atacaran a la reina proclamando al infante Carlos. Días más tarde, el 18 de Octubre, se da la orden al Comandante General de Cuenca, que adoptase las medidas necesarias en la población de Mira, donde habían llegado algunos oficiales sin clasificación o retirados, entre ellos, José Ortiza, natural de Valencia, con la idea de levantar el grito de insurrección en las comarcas de Moya y Ademuz, y seducir a los incautos realistas. En la zona de Utiel, Bartolomé Rausell intentaría hacer lo mismo [3].

En el norte, el conflicto se consolida cuando el coronel Tomás de Zumalacárregui dirige el levantamiento en las zonas rurales de Vizcaya, siendo nombrado el 14 de noviembre de 1833 jefe militar del ejército carlista extendiendo la rebelión por Vascongadas, Navarra y La Rioja. Paralelamente en el Maestrazgo, la zona del interior de Castellón y el Bajo Aragón, se produce el levantamiento carlista en Morella. Las partidas de Valencia y Aragón no tardarían en extenderse por la provincia de Cuenca, por sus condiciones orográficas inmejorables para el desarrollo de guerrillas y por su situación estratégica de paso hacía el centro del país. La provincia nunca caería en sus manos, sin embargo sí lograrían sembrar el desorden, tener cierta complicidad de una buena parte de la población, dominar algunos enclaves y realizar varios levantamientos y conspiraciones a favor de pretendiente Don Carlos durante todo el conflicto. Como ejemplo, en el otoño de 1834, se descubrió una importante conspiración carlista en varios municipios de la provincia, siendo los focos más importantes la ciudad de Cuenca, Alarcón y Campillo de Altobuey, con un total de 300 personas implicadas, entre las que figuraba el cura Doroteo Rodríguez, el administrador del Real Hospital de Santiago, varios ex voluntarios realistas como Gabaldón, excomandante de los voluntarios realistas, el capitán guerrillero Manuel Martínez y el militar retirado Antonio Zapata entre otros. Fruto de esta conspiración aparecieron partidas como la dirigida por Perejil y apoyada por el canónigo de Cuenca [4]. Posiblemente relacionado con este hecho, el mireño Crisanto Requena intentó alzarse, pero terminó detenido y enviado a la Isla de Cuba junto con otros sublevados [5].

El ejército liberal se compuso en su inmensa mayoría, de combatientes forzosos, mediante la convocatoria de quintas o reemplazos. Una vez establecido el número de combatientes necesarios, se repartía la cuota entre las provincias y se enviaba a las diputaciones para que organizaran el reparto por pueblos. En función de la población se asignaba un número de reclutas a cada localidad y el ayuntamiento procedía después al sorteo, normalmente entre solteros de 18 y 40 años [6]. Desconocemos como se desarrolló este proceso en Mira.

El número de partidas carlistas fue en aumento en las principales zonas del conflicto y el ejército regular no tenía capacidad para dispersar tanto sus tropas, de este modo el gobierno se vio obligado a reconstituir las milicias, que básicamente eran la creación de compañías de voluntarios de defensa ciudadanas. La principal fue la milicia urbana, creada en 1834 y que, tras cambiar su nombre por el de guardia nacional en 1835, al final acabó llamándose milicia nacional. Un gran número de compañías se crearon por toda la provincia de Cuenca para defender los municipios: En Minglanilla, Camporrobles, Fuenterrobles, Venta del Moro, Caudete, Enguídanos, La Pesquera o Mira entre otros. En un principio el alistamiento fue voluntario, pero ante la falta de personal en algunas zonas, el gobierno se vio obligado a realizar reclutamientos forzosos. Desconocemos como se desarrolló las milicias en Mira, tan solo sabemos que el 4 de Julio de 1836, el comandante de la Guardia Nacional de Mira, Don Antonio Fuentes Palencia, dio parte al Gobierno Civil de la captura en la casa del Charandel, de tres forajidos de el Campillo de Alto-Buey con los sobrenombres de Pitorro, Garrafa y el Moreno, pertenecientes a la gavilla de facciosos de Trones y Perejil [7].

En el otoño de 1836, la provincia de Cuenca tan solo tenía dos guarniciones con soldados regulares, una en la capital y otra en Moya generalmente ocupados en servicios ordinarios, y las diferentes milicias de voluntarios no eran capaces de dar respuesta a todas las correrías carlistas. Para mejorar la situación, se pensó probar con la creación de unas partidas volantes, con el objetivo de vigilar y dar caza a las partidas enemigas, emulando los éxitos que Zurbano estaba consiguiendo en La Rioja y Álava. El primer grupo de la provincia se formó en el mes de octubre en Requena y estuvo bajo el mando de Domingo Urrutia, quien con anterioridad había sido alcalde de Mira [8]. Al contrario de las milicias, estos cuerpos francos cobraban una peseta al día, por ello también se les conocía como “peseteros” [9]. En una de sus primeras acciones, detuvieron y fusilaron a los carlistas Baldomero Sánchez, Rinran y el Majo de Minglanilla, pertenecientes a la facción del Arcipreste de Moya [10]. Las alegrías duraron poco para los liberales, al poco tiempo el mismo Arcipreste con su facción sorprendió a los veinte integrantes de la cuadrilla, que fueron aniquilados en su totalidad [11]. La primera partida volante de Requena dejó de existir. También se crearon partidas volantes en Moya y Beteta, desconociendo su desarrollo.

Como toda guerra y especialmente siendo un conflicto desarrollado en un mismo país, fue dura y cruel. Ambos bandos recurrían a las poblaciones para proveerse de víveres, creando graves necesidades entre la población civil. En el caso de bando isabelino, tanto el ejército regular, milicias o las partidas volantes, podían pedir víveres a las poblaciones, y aunque en principio debían seguir cierto protocolo para ello, no evitaría que se pudieran cometer excesos, especialmente con individuos, familias o poblaciones que tuvieran relación con el bando contrario. Los carlistas por su parte, siempre vivieron en la penuria y los robos por víveres fueron frecuentes. Como ejemplo, en la primavera de 1837, un batallón carlista robó más de 1000 carneros en Mira, marchando con ellos a Chelva, donde les sirvieron de comida durante un tiempo [12]. En cuanto a la financiación, aunque el infante Carlos consiguió varios créditos, cuyo importe permitió adquirir algo de equipamiento, lo demás prácticamente salió de contribuciones forzosas, secuestros y portazgos entre otros métodos. En Mira, el 5 de marzo de 1838, la facción carlista de Vizcarro entró en el pueblo y se llevaron algunas personas [13]. Desconocemos los detalles, pero fueron habituales los secuestros sobre gente adinerada o miembros de ayuntamientos, con la amenaza que sería ejecutados sino se pagaba la contribución correspondiente. También hay documentado el cobro de aduanas, esto ocurrió el 27 de Junio del 1838, cuando el comandante militar del marquesado de Moya, sabedor de que una partida de 8 facciosos estaban cobrando el portazgo entre Mira y Camporrobles, mandó salir un contingente que logró matar a siete de ellos [14].

Un testimonio longevo
Claudia Huertas fue una mireña que vivió aquellos años y nos dejó varios comentarios relacionados con el conflicto en una entrevista realizada en 1929. Con 102 años, rememoró que tenía siete años cuando estalló la primera guerra carlista. Recordaba perfectamente que los vecinos decían que habían levantado partidas el Arcipreste de Moya, Tallada, Forcadell o el fraile de la Esperanza. Cada día había tiros y hasta cañonazos, y los carlistas muchas veces invadían el pueblo y cobraban las contribuciones. También recordó que el carlista Cabrera pasó por Mira vestido con una capa encarnada y una boina blanca [15].

Las expediciones
Las expediciones carlistas consistieron en varias marchas militares por el país con el objetivo de pretender extender la guerra a otros puntos de la Península y consolidar los carlistas locales de los sitios por las que las mismas transitaban. Aparte consiguieron descongestionar la presión a la que los isabelinos tenían sometido al Frente del Norte y, además, tener ocupadas por un tiempo, en otros territorios, a una serie de tropas a las que costaba mantener y pagar. Las expediciones más conocidas fueron la de Gómez y la Real, y aunque no pasaron por Mira, si lo hicieron por varias poblaciones conquenses. La primera estuvo dirigida por el general andaluz don Miguel Gómez Damas que, entre junio y diciembre de 1836, recorrió diversos espacios de la geografía peninsular. La segunda fue un contingente militar encabezado por el propio don Carlos, que en septiembre de 1837 llegó a presentarse ante las puertas de Madrid, sin atacarla finalmente.

Las fortificaciones
A partir de 1838 los carlistas empezaron a fortificar numerosas poblaciones, creando así una red de fortalezas que servían como refugio y base de operaciones. Además, dificultaban las operaciones de las columnas liberales y aseguraban el control del territorio. En la primavera de 1839 se activó la fortificación de Cañete, cuya muralla empezó a ser reparada por 200 prisioneros de guerra y unos 600 paisanos sacados de las poblaciones próximas. Fue la primera fortificación que los hombres de Cabrera hicieron construir en Castilla, convirtiéndose así en su punto de partida para emprender expediciones de saqueo por la región [16]. Poco después fortificarían también el castillo de Rochafrías en Beteta y lo intentarían en Víllora. Los liberales por su parte mejoraron las defensas de Cuenca, Alarcón, Requena y fortificaron en Julio de 1839 la Cañada del Hoyo.

En el norte los generales Espartero por los isabelinos y Maroto por los carlistas, firman el 31 de agosto de 1839 el convenio o “abrazo” de Vergara, poniendo fin a la guerra en norte. Tras ello, el 14 de septiembre de 1839 el pretendiente don Carlos V con los restos de sus tropas cruza la frontera y se interna en Francia. En el Maestrazgo sin embargo el pacto de Vergara se ve como una traición y Cabrera no lo acepta, alargando casi un año más la guerra en el bajo Aragón, Levante y en la provincia de Cuenca principalmente.

A finales de 1839, la presencia carlista en la serranía baja era notoria y de nuevo intentaron la fortificación de Víllora. En Mira por su parte, nombraron un comandante de armas [17] y es de suponer que iniciaran las obras en el castillo de Mira para su fortificación. El bando liberal llevaría a cabo en el mes de mayo de 1840 las últimas fortificaciones de la provincia en Cañamares, La Frontera, Torrecillas y en los Collados [18].


Febrero 1840. La demolición del castillo de Mira y otros fuertes de la zona
Con el nuevo año Arnau y otros jefes carlistas (Forcadell, Palacios y Arévalo) reunieron varios batallones y caballería para internarse en La Mancha, con el objetivo de obligar a las poblaciones a proveerles de víveres, ganado y otros recursos, llevándose además rehenes para pedir rescate por ellos. Para la provincia de Cuenca fue un desastre, pues no solo esquilmó los escasos recursos de muchos pueblos y provocando incluso, que varios vecinos se unieran a las facciones carlistas simplemente para intentar comer algo en sus ranchos [19], sino que aparte, varios pueblos perderían parte de su patrimonio histórico, por el hecho que los carlistas se dedicaron a incendiar y demoler iglesias, torres y todo edificio fortificado ante la imposibilidad de sostenerlos. Según Madoz en su diccionario geográfico, el 22 de Febrero, el castillo de Víllora fue quemado y destruido por una guarnición carlista. Pocos días después, la prensa de la época describe que hubo varias deserciones en las filas de Palillos y el brigadier Arnau se encargó de perseguirlos. Uno fue arcabuceado en Víllora y los otros tres fueron alcanzados en Mira. El mismo Arnau reconoció el fuerte de Mira y expresó que no se podía sostener, decidiendo destruir la obra adelantada, aun parte de la antigua o de su castillo y llevarse todo su contenido para Cañete [20]. Sobre las mismas fechas, también las torres de Landete, Aliaguilla y la bonita espadaña de Talayuelas fueron destruidas y la iglesia de Caudete de las Fuentes arrasada. Tal fue el malestar en toda la provincia por las diferentes acciones realizadas por los carlistas, que el mismo Arnau el 27 de Febrero, desde la plaza de Cañete, emitió un manifiesto donde enunciaba castigar a todos los sujetos que tomando la voz de ser defensores de la causa carlista, habían causado grandes gravámenes e incomodado a los pacíficos habitantes de la provincia [21].

La acción de Mira
Para cambiar la situación de desesperación que se vivía en la zona, a principios de Mayo de 1840, el estado mayor decidió entregar el mando de los distritos de Cuenca, Guadalajara y Albacete, al recientemente ascendido a mariscal de campo, Manuel de la Concha, con la difícil empresa de restituir la paz en la zona. Al no tener a su disposición un gran número de fuerzas, en lugar de dispersar las tropas, las concentró en objetivos muy concretos [22].

 Manuel de la Concha

Al mismo tiempo en tierras valencianas, los carlistas pierden la población de Alpuente y varios días después, el 30 de mayo, cae la fortaleza de Morella tras dos semanas de asedio. Tras estas derrotas Cabrera da la orden de abandonar la resistencia en el Maestrazgo marchando con los restos de sus fuerzas hacia el norte, mientras recoge a su paso partidas de voluntarios carlistas catalanes.  En la provincia de Cuenca sin embargo continuaba el conflicto, con Cañete y Beteta en manos de los carlistas y varias facciones recorriendo la provincia.

El 1 de Junio 1840 se produce la acción de Mira, cuando el mariscal Manuel de la Concha lanza un ataque sorpresa sobre un grupo de facciosos que guarnecían en el pueblo. Los carlistas reaccionaron rápido, intentando posesionándose en la zona de El Palomar, pero inmediatamente fueron perseguidos por las compañías de cazadores de Plasencia, Sevilla, tiradores del 3. ° Ligeros y otra compañía del mismo dirigidas por el coronel de caballería D. Leandro Quirós (quien se adelantó hasta ponerse a la cabeza de las primeras guerrillas).  Tan solo lograron salvarse siete rebeldes; consistiendo su pérdida total de 103 hombres, de los cuales fueron muertos durante la acción un capitán de miñones, dos subalternos y 18 individuos de tropa, quedando prisioneros los 82 restantes. Entre los prisioneros, estuvo un conocido carlista de la comarca, José Andrés, el Pimentero padre. Su hijo Timoteo pudo librarse al saltar su caballo el rio, junto con otros cuatro [23]. Pocas semanas después, José Andrés moriría en la Fuencaliente de Mira, durante su traslado de Minglanilla a Requena para ser juzgado [24]. Por el bando isabelino, solo hubo un herido y un caballo muerto.

La acción quedó inmortalizada en un dibujo realizado por el coronel Pedro Ortiz de Pinedo, donde se describe con detalle lo ocurrido [25]. Un dato interesante, es que en el croquis no se dibujó ningún tipo de construcción en el cerro del castillo, suponiendo que la demolición realizada por Arnau tres meses antes, supuso el final definitivo de la antigua fortaleza.


Tras el éxito en Mira, Manuel de la Concha esperó de Madrid la artillería necesaria para emprender los sitos de Cañete y Beteta, sin embargo recibió la orden de dirigirse con sus fuerzas a proteger un viaje de la reina. Sería el general Azpiroz, quien a finales de Junio consiguió liberar a Beteta y Cañete de los facciosos. Varios días después, el 6 de julio de 1840, los últimos 10.000 soldados carlistas cruzan la frontera internándose en Francia y las últimas partidas en la provincia de Cuenca se fueron rindiendo o serían detenidas. La primera guerra carlista había concluido.


BIBLIOGRAFÍA:
[1]     M. R. Saíz, Las Guerras Carlistas en Tierra de Cuenca, 1994.
[2]     F. R. L. d. l. Llave, El primer levantamiento de la Guerra carlista en talavera de la Reina, 2 de octubre, 1833, 1833.
[3]     Fastos Espanoles o efemeridas de la guerra civil desde Octubre 1832, 1839
[4]     El Eco del comercio, 24 Noviembre 1834.
[5]     El Eco del comercio, 26 Noviembre 1834.
[6]     A. Caridad, de El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840), p. 30.
[7]     Gaceta (antiguo BOE) fechado el 12 de Julio, 1836.
[8]     El Castellano., 25 Octubre 1836.
[9]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.32.
[10]     El Eco del comercio., 18 Noviembre 1836.
[11]     Revista nacional., 22 12 1836.
[12]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.137.
[13]     F. A. Y. Descalzo, «http://www.ventadelmoro.org,
[14]     Eco del Comercio, 21 Junio 1838.
[15]     La estampa, nº número 66 del 9 abril 1929, 1929.
[16]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.259.
[17]     El Correo nacional, 14 Noviembre 1839.
[18]     El Correo nacional (Madrid), 23 Mayo 1840. 
[19]     Eco del Comercio, 18 Enero 1840.
[20]     El Correo Nacional, p. 2, 4 Marzo 1840.
[21]     El Correo Nacional, p. 1, 14 Marzo 1840.
[21]     «Biografía Manuel de la Concha,» Revista de Madrid, vol. Volumen 4, 1844.
[23]     El Correo Nacional, p. 1, 10 Junio 1840.
[24]     El Corresponsal, 4 Junio 1840.
[25]     P. O. d. Pinedo, Croquis del sitio de la sorpresa en Mira el 1° de Junio de 1840.