La primera guerra carlista


La muerte del Rey Fernando VII sin hijos varones, trajo a España grandes problemas sucesorios que se unieron a los problemas de inestabilidad política. La existencia de una única hija, Isabel, impulsó al rey a derogar la Ley Sálica, establecida en España en 1705, que impedía a las mujeres el acceso al trono. Su hermano Carlos María Isidro, hasta entonces su heredero, se refugió en Portugal y se negó a reconocer a su sobrina como heredera. A la muerte del rey en 1833, se proclamó reina a Isabel II, que era menor de edad, bajo la regencia de su madre María Cristina. Casi inmediatamente los partidarios del príncipe Carlos se sublevaron en varias provincias españolas dando lugar a la Primera Guerra Carlista.

El conflicto dinástico no dejó de ser un catalizador de un problema social que hacía tiempo se llevaba gestando, no solo en España, sino en varios países europeos. Por un lado estaban las ideas liberales, que propugnaban por la búsqueda de un nuevo régimen político que combinara la libertad y la modernidad, y por otro lado las ideas tradicionalistas,  que defendían mantener los valores del antiguo régimen, como la monarquía tradicional absolutista o el catolicismo conservador entre otros. Ninguno de los dos bandos fue homogéneo, pero a grandes rasgos, el bando liberal Isabelino estuvo compuesto por altos cargos de la administración estatal y provincial, ejército, clase media, hombres de negocio, ilustrados, masa popular urbana y la alta nobleza. El carlismo por su parte consiguió apoyo especialmente en las áreas rurales. En sus filas se encontraban realistas, absolutistas, parte de la nobleza rural, importantes sectores del clero bajo y medio y una masa popular compuesta por artesanos, pequeños campesinos propietarios y arrendatarios que se vieron negativamente afectados por las reformas de corte liberal [1].

El mismo día 2 de octubre de 1833 en que Fernando VII está siendo enterrado en el panteón real de El Escorial, empieza el levantamiento carlista cuando en Talavera de la Reina (Toledo), el administrador de Correos proclama rey a don Carlos, siendo la revuelta rápidamente sofocada y el administrador de Correos fusilado [2]. En los días posteriores, varios focos insurrectos se fueron produciendo en distintos lugares del país, como el 3 de octubre en Bilbao o el 5 en Prats de Lluçanès. En Cuenca el primer acto conocido se dio el 7 de octubre, cuando varios rebeldes habían sustituido varios ejemplares del manifiesto de S.M. por pasquines subversivos, en que se llamaba a los voluntarios realistas a que atacaran a la reina proclamando al infante Carlos. Días más tarde, el 18 de Octubre, se da la orden al Comandante General de Cuenca, que adoptase las medidas necesarias en la población de Mira, donde habían llegado algunos oficiales sin clasificación o retirados, entre ellos, José Ortiza, natural de Valencia, con la idea de levantar el grito de insurrección en las comarcas de Moya y Ademuz, y seducir a los incautos realistas. En la zona de Utiel, Bartolomé Rausell intentaría hacer lo mismo [3].

En el norte, el conflicto se consolida cuando el coronel Tomás de Zumalacárregui dirige el levantamiento en las zonas rurales de Vizcaya, siendo nombrado el 14 de noviembre de 1833 jefe militar del ejército carlista extendiendo la rebelión por Vascongadas, Navarra y La Rioja. Paralelamente en el Maestrazgo, la zona del interior de Castellón y el Bajo Aragón, se produce el levantamiento carlista en Morella. Las partidas de Valencia y Aragón no tardarían en extenderse por la provincia de Cuenca, por sus condiciones orográficas inmejorables para el desarrollo de guerrillas y por su situación estratégica de paso hacía el centro del país. La provincia nunca caería en sus manos, sin embargo sí lograrían sembrar el desorden, tener cierta complicidad de una buena parte de la población, dominar algunos enclaves y realizar varios levantamientos y conspiraciones a favor de pretendiente Don Carlos durante todo el conflicto. Como ejemplo, en el otoño de 1834, se descubrió una importante conspiración carlista en varios municipios de la provincia, siendo los focos más importantes la ciudad de Cuenca, Alarcón y Campillo de Altobuey, con un total de 300 personas implicadas, entre las que figuraba el cura Doroteo Rodríguez, el administrador del Real Hospital de Santiago, varios ex voluntarios realistas como Gabaldón, excomandante de los voluntarios realistas, el capitán guerrillero Manuel Martínez y el militar retirado Antonio Zapata entre otros. Fruto de esta conspiración aparecieron partidas como la dirigida por Perejil y apoyada por el canónigo de Cuenca [4]. Posiblemente relacionado con este hecho, el mireño Crisanto Requena intentó alzarse, pero terminó detenido y enviado a la Isla de Cuba junto con otros sublevados [5].

El ejército liberal se compuso en su inmensa mayoría, de combatientes forzosos, mediante la convocatoria de quintas o reemplazos. Una vez establecido el número de combatientes necesarios, se repartía la cuota entre las provincias y se enviaba a las diputaciones para que organizaran el reparto por pueblos. En función de la población se asignaba un número de reclutas a cada localidad y el ayuntamiento procedía después al sorteo, normalmente entre solteros de 18 y 40 años [6]. Desconocemos como se desarrolló este proceso en Mira.

El número de partidas carlistas fue en aumento en las principales zonas del conflicto y el ejército regular no tenía capacidad para dispersar tanto sus tropas, de este modo el gobierno se vio obligado a reconstituir las milicias, que básicamente eran la creación de compañías de voluntarios de defensa ciudadanas. La principal fue la milicia urbana, creada en 1834 y que, tras cambiar su nombre por el de guardia nacional en 1835, al final acabó llamándose milicia nacional. Un gran número de compañías se crearon por toda la provincia de Cuenca para defender los municipios: En Minglanilla, Camporrobles, Fuenterrobles, Venta del Moro, Caudete, Enguídanos, La Pesquera o Mira entre otros. En un principio el alistamiento fue voluntario, pero ante la falta de personal en algunas zonas, el gobierno se vio obligado a realizar reclutamientos forzosos. Desconocemos como se desarrolló las milicias en Mira, tan solo sabemos que el 4 de Julio de 1836, el comandante de la Guardia Nacional de Mira, Don Antonio Fuentes Palencia, dio parte al Gobierno Civil de la captura en la casa del Charandel, de tres forajidos de el Campillo de Alto-Buey con los sobrenombres de Pitorro, Garrafa y el Moreno, pertenecientes a la gavilla de facciosos de Trones y Perejil [7].

En el otoño de 1836, la provincia de Cuenca tan solo tenía dos guarniciones con soldados regulares, una en la capital y otra en Moya generalmente ocupados en servicios ordinarios, y las diferentes milicias de voluntarios no eran capaces de dar respuesta a todas las correrías carlistas. Para mejorar la situación, se pensó probar con la creación de unas partidas volantes, con el objetivo de vigilar y dar caza a las partidas enemigas, emulando los éxitos que Zurbano estaba consiguiendo en La Rioja y Álava. El primer grupo de la provincia se formó en el mes de octubre en Requena y estuvo bajo el mando de Domingo Urrutia, quien con anterioridad había sido alcalde de Mira [8]. Al contrario de las milicias, estos cuerpos francos cobraban una peseta al día, por ello también se les conocía como “peseteros” [9]. En una de sus primeras acciones, detuvieron y fusilaron a los carlistas Baldomero Sánchez, Rinran y el Majo de Minglanilla, pertenecientes a la facción del Arcipreste de Moya [10]. Las alegrías duraron poco para los liberales, al poco tiempo el mismo Arcipreste con su facción sorprendió a los veinte integrantes de la cuadrilla, que fueron aniquilados en su totalidad [11]. La primera partida volante de Requena dejó de existir. También se crearon partidas volantes en Moya y Beteta, desconociendo su desarrollo.

Como toda guerra y especialmente siendo un conflicto desarrollado en un mismo país, fue dura y cruel. Ambos bandos recurrían a las poblaciones para proveerse de víveres, creando graves necesidades entre la población civil. En el caso de bando isabelino, tanto el ejército regular, milicias o las partidas volantes, podían pedir víveres a las poblaciones, y aunque en principio debían seguir cierto protocolo para ello, no evitaría que se pudieran cometer excesos, especialmente con individuos, familias o poblaciones que tuvieran relación con el bando contrario. Los carlistas por su parte, siempre vivieron en la penuria y los robos por víveres fueron frecuentes. Como ejemplo, en la primavera de 1837, un batallón carlista robó más de 1000 carneros en Mira, marchando con ellos a Chelva, donde les sirvieron de comida durante un tiempo [12]. En cuanto a la financiación, aunque el infante Carlos consiguió varios créditos, cuyo importe permitió adquirir algo de equipamiento, lo demás prácticamente salió de contribuciones forzosas, secuestros y portazgos entre otros métodos. En Mira, el 5 de marzo de 1838, la facción carlista de Vizcarro entró en el pueblo y se llevaron algunas personas [13]. Desconocemos los detalles, pero fueron habituales los secuestros sobre gente adinerada o miembros de ayuntamientos, con la amenaza que sería ejecutados sino se pagaba la contribución correspondiente. También hay documentado el cobro de aduanas, esto ocurrió el 27 de Junio del 1838, cuando el comandante militar del marquesado de Moya, sabedor de que una partida de 8 facciosos estaban cobrando el portazgo entre Mira y Camporrobles, mandó salir un contingente que logró matar a siete de ellos [14].

Un testimonio longevo
Claudia Huertas fue una mireña que vivió aquellos años y nos dejó varios comentarios relacionados con el conflicto en una entrevista realizada en 1929. Con 102 años, rememoró que tenía siete años cuando estalló la primera guerra carlista. Recordaba perfectamente que los vecinos decían que habían levantado partidas el Arcipreste de Moya, Tallada, Forcadell o el fraile de la Esperanza. Cada día había tiros y hasta cañonazos, y los carlistas muchas veces invadían el pueblo y cobraban las contribuciones. También recordó que el carlista Cabrera pasó por Mira vestido con una capa encarnada y una boina blanca [15].

Las expediciones
Las expediciones carlistas consistieron en varias marchas militares por el país con el objetivo de pretender extender la guerra a otros puntos de la Península y consolidar los carlistas locales de los sitios por las que las mismas transitaban. Aparte consiguieron descongestionar la presión a la que los isabelinos tenían sometido al Frente del Norte y, además, tener ocupadas por un tiempo, en otros territorios, a una serie de tropas a las que costaba mantener y pagar. Las expediciones más conocidas fueron la de Gómez y la Real, y aunque no pasaron por Mira, si lo hicieron por varias poblaciones conquenses. La primera estuvo dirigida por el general andaluz don Miguel Gómez Damas que, entre junio y diciembre de 1836, recorrió diversos espacios de la geografía peninsular. La segunda fue un contingente militar encabezado por el propio don Carlos, que en septiembre de 1837 llegó a presentarse ante las puertas de Madrid, sin atacarla finalmente.

Las fortificaciones
A partir de 1838 los carlistas empezaron a fortificar numerosas poblaciones, creando así una red de fortalezas que servían como refugio y base de operaciones. Además, dificultaban las operaciones de las columnas liberales y aseguraban el control del territorio. En la primavera de 1839 se activó la fortificación de Cañete, cuya muralla empezó a ser reparada por 200 prisioneros de guerra y unos 600 paisanos sacados de las poblaciones próximas. Fue la primera fortificación que los hombres de Cabrera hicieron construir en Castilla, convirtiéndose así en su punto de partida para emprender expediciones de saqueo por la región [16]. Poco después fortificarían también el castillo de Rochafrías en Beteta y lo intentarían en Víllora. Los liberales por su parte mejoraron las defensas de Cuenca, Alarcón, Requena y fortificaron en Julio de 1839 la Cañada del Hoyo.

En el norte los generales Espartero por los isabelinos y Maroto por los carlistas, firman el 31 de agosto de 1839 el convenio o “abrazo” de Vergara, poniendo fin a la guerra en norte. Tras ello, el 14 de septiembre de 1839 el pretendiente don Carlos V con los restos de sus tropas cruza la frontera y se interna en Francia. En el Maestrazgo sin embargo el pacto de Vergara se ve como una traición y Cabrera no lo acepta, alargando casi un año más la guerra en el bajo Aragón, Levante y en la provincia de Cuenca principalmente.

A finales de 1839, la presencia carlista en la serranía baja era notoria y de nuevo intentaron la fortificación de Víllora. En Mira por su parte, nombraron un comandante de armas [17] y es de suponer que iniciaran las obras en el castillo de Mira para su fortificación. El bando liberal llevaría a cabo en el mes de mayo de 1840 las últimas fortificaciones de la provincia en Cañamares, La Frontera, Torrecillas y en los Collados [18].


Febrero 1840. La demolición del castillo de Mira y otros fuertes de la zona
Con el nuevo año Arnau y otros jefes carlistas (Forcadell, Palacios y Arévalo) reunieron varios batallones y caballería para internarse en La Mancha, con el objetivo de obligar a las poblaciones a proveerles de víveres, ganado y otros recursos, llevándose además rehenes para pedir rescate por ellos. Para la provincia de Cuenca fue un desastre, pues no solo esquilmó los escasos recursos de muchos pueblos y provocando incluso, que varios vecinos se unieran a las facciones carlistas simplemente para intentar comer algo en sus ranchos [19], sino que aparte, varios pueblos perderían parte de su patrimonio histórico, por el hecho que los carlistas se dedicaron a incendiar y demoler iglesias, torres y todo edificio fortificado ante la imposibilidad de sostenerlos. Según Madoz en su diccionario geográfico, el 22 de Febrero, el castillo de Víllora fue quemado y destruido por una guarnición carlista. Pocos días después, la prensa de la época describe que hubo varias deserciones en las filas de Palillos y el brigadier Arnau se encargó de perseguirlos. Uno fue arcabuceado en Víllora y los otros tres fueron alcanzados en Mira. El mismo Arnau reconoció el fuerte de Mira y expresó que no se podía sostener, decidiendo destruir la obra adelantada, aun parte de la antigua o de su castillo y llevarse todo su contenido para Cañete [20]. Sobre las mismas fechas, también las torres de Landete, Aliaguilla y la bonita espadaña de Talayuelas fueron destruidas y la iglesia de Caudete de las Fuentes arrasada. Tal fue el malestar en toda la provincia por las diferentes acciones realizadas por los carlistas, que el mismo Arnau el 27 de Febrero, desde la plaza de Cañete, emitió un manifiesto donde enunciaba castigar a todos los sujetos que tomando la voz de ser defensores de la causa carlista, habían causado grandes gravámenes e incomodado a los pacíficos habitantes de la provincia [21].

La acción de Mira
Para cambiar la situación de desesperación que se vivía en la zona, a principios de Mayo de 1840, el estado mayor decidió entregar el mando de los distritos de Cuenca, Guadalajara y Albacete, al recientemente ascendido a mariscal de campo, Manuel de la Concha, con la difícil empresa de restituir la paz en la zona. Al no tener a su disposición un gran número de fuerzas, en lugar de dispersar las tropas, las concentró en objetivos muy concretos [22].

 Manuel de la Concha

Al mismo tiempo en tierras valencianas, los carlistas pierden la población de Alpuente y varios días después, el 30 de mayo, cae la fortaleza de Morella tras dos semanas de asedio. Tras estas derrotas Cabrera da la orden de abandonar la resistencia en el Maestrazgo marchando con los restos de sus fuerzas hacia el norte, mientras recoge a su paso partidas de voluntarios carlistas catalanes.  En la provincia de Cuenca sin embargo continuaba el conflicto, con Cañete y Beteta en manos de los carlistas y varias facciones recorriendo la provincia.

El 1 de Junio 1840 se produce la acción de Mira, cuando el mariscal Manuel de la Concha lanza un ataque sorpresa sobre un grupo de facciosos que guarnecían en el pueblo. Los carlistas reaccionaron rápido, intentando posesionándose en la zona de El Palomar, pero inmediatamente fueron perseguidos por las compañías de cazadores de Plasencia, Sevilla, tiradores del 3. ° Ligeros y otra compañía del mismo dirigidas por el coronel de caballería D. Leandro Quirós (quien se adelantó hasta ponerse a la cabeza de las primeras guerrillas).  Tan solo lograron salvarse siete rebeldes; consistiendo su pérdida total de 103 hombres, de los cuales fueron muertos durante la acción un capitán de miñones, dos subalternos y 18 individuos de tropa, quedando prisioneros los 82 restantes. Entre los prisioneros, estuvo un conocido carlista de la comarca, José Andrés, el Pimentero padre. Su hijo Timoteo pudo librarse al saltar su caballo el rio, junto con otros cuatro [23]. Pocas semanas después, José Andrés moriría en la Fuencaliente de Mira, durante su traslado de Minglanilla a Requena para ser juzgado [24]. Por el bando isabelino, solo hubo un herido y un caballo muerto.

La acción quedó inmortalizada en un dibujo realizado por el coronel Pedro Ortiz de Pinedo, donde se describe con detalle lo ocurrido [25]. Un dato interesante, es que en el croquis no se dibujó ningún tipo de construcción en el cerro del castillo, suponiendo que la demolición realizada por Arnau tres meses antes, supuso el final definitivo de la antigua fortaleza.


Tras el éxito en Mira, Manuel de la Concha esperó de Madrid la artillería necesaria para emprender los sitos de Cañete y Beteta, sin embargo recibió la orden de dirigirse con sus fuerzas a proteger un viaje de la reina. Sería el general Azpiroz, quien a finales de Junio consiguió liberar a Beteta y Cañete de los facciosos. Varios días después, el 6 de julio de 1840, los últimos 10.000 soldados carlistas cruzan la frontera internándose en Francia y las últimas partidas en la provincia de Cuenca se fueron rindiendo o serían detenidas. La primera guerra carlista había concluido.


BIBLIOGRAFÍA:
[1]     M. R. Saíz, Las Guerras Carlistas en Tierra de Cuenca, 1994.
[2]     F. R. L. d. l. Llave, El primer levantamiento de la Guerra carlista en talavera de la Reina, 2 de octubre, 1833, 1833.
[3]     Fastos Espanoles o efemeridas de la guerra civil desde Octubre 1832, 1839
[4]     El Eco del comercio, 24 Noviembre 1834.
[5]     El Eco del comercio, 26 Noviembre 1834.
[6]     A. Caridad, de El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840), p. 30.
[7]     Gaceta (antiguo BOE) fechado el 12 de Julio, 1836.
[8]     El Castellano., 25 Octubre 1836.
[9]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.32.
[10]     El Eco del comercio., 18 Noviembre 1836.
[11]     Revista nacional., 22 12 1836.
[12]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.137.
[13]     F. A. Y. Descalzo, «http://www.ventadelmoro.org,
[14]     Eco del Comercio, 21 Junio 1838.
[15]     La estampa, nº número 66 del 9 abril 1929, 1929.
[16]     A. Claridad, «El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840),» p.259.
[17]     El Correo nacional, 14 Noviembre 1839.
[18]     El Correo nacional (Madrid), 23 Mayo 1840. 
[19]     Eco del Comercio, 18 Enero 1840.
[20]     El Correo Nacional, p. 2, 4 Marzo 1840.
[21]     El Correo Nacional, p. 1, 14 Marzo 1840.
[21]     «Biografía Manuel de la Concha,» Revista de Madrid, vol. Volumen 4, 1844.
[23]     El Correo Nacional, p. 1, 10 Junio 1840.
[24]     El Corresponsal, 4 Junio 1840.
[25]     P. O. d. Pinedo, Croquis del sitio de la sorpresa en Mira el 1° de Junio de 1840.

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