Iluminando la oscuridad

Los seres humanos somos criaturas diurnas, con los ojos adaptados para vivir a la luz del sol y con grandes limitaciones para el mundo de la noche, al contrario que una enorme cantidad de especies nocturnas que habitan el planeta.

En la prehistoria el hombre descubrió el fuego y lo utilizó para obtener calor y cocer alimentos, no tardaría en usarlo para la iluminación de su entorno. Se calcula que hace alrededor de unos 500.000 años se utilizó la primera llama para iluminar las tinieblas de la noche.

Bastantes siglos más tarde, posiblemente hace 50.000 años, aparecieron los primeros candiles rudimentarios, usando como combustible aceite o grasa de origen animal, y como base; piedras, conchas o cualquier otro producto natural con forma de cuenco.

Un gran adelanto tecnológico vendría al practicar en el pico de los candiles un orificio para salida de la mecha, de modo que ésta podía ser ajustada para cambiar el cauce de aire que la bañaba y obtener así el máximo de luz y evitar al mismo tiempo el humo y el hollín.

 Lucerna usada en las minas de lapis specularis cerca de Segóbriga (Cuenca)

En los tiempos de esplendor de Grecia y Roma, las lámparas de uso doméstico y ceremonial alcanzaron un alto nivel decorativo. A menudo eran de cerámica o de bronce, y estaban adornadas profusamente con palmeras, hojas de plantas, figuras humanas, animales, etc.

El uso de velas no era tan común como el de lámparas de aceite, no obstante su uso se incrementó durante el medievo mediante la utilización de cera de abeja o sebo. Hasta el siglo XIX, las velas fueron la forma más común para iluminar los interiores de los edificios.

A finales del siglo XVIII aparece la lámpara de Argand, artilugio que supuso un gran avance, pues su luminosidad era equivalente a 6 o 10 velas. Tenía una mecha cilíndrica montada entre un par de tubos concéntricos de metal, para que el aire se canalizara a través del centro y a través de la mecha. El combustible solía ser aceite. Se terminó conociendo como quinqué, porque Antoine Quinquet introdujo algunas mejoras sobre la idea de Argand que ayudó a popularizarla.

 Quinqués del siglo XIX

Con la revolución industria aparecerían importantes avances tecnológicos, como la iluminación a gas o la bombilla eléctrica, pero también sociales, al llevar al ámbito público la iluminación de las calles de varias ciudades. Posteriormente, desde el siglo XX hasta la actualidad, se han multiplicado los avances y la dependencia en la iluminación, creando un nuevo entorno radicalmente diferente para el ser humano.

La iluminación en Mira
En Mira como en muchos otros lugares, durante siglos la nocturnidad se vivió principalmente empleando rudimentarios instrumentos de iluminación; como teas, velas o candiles, y aunque los nuevos avances acabarían llegando en el pueblo, varios de estos instrumentos ancestrales serían utilizados prácticamente hasta mediados del siglo XX.


Antiguos instrumentos de iluminación

En tiempos de nuestros abuelos, los candiles funcionaban con aceite y con una mecha de algodón (también conocida como "torcida" por su forma trenzada). También había faroles y quinqués, fabricados en latón y abiertos en su parte superior para evacuar hunos y facilitar la combustión. Estos artículos se vendían en las tiendas locales o por chatarreros ambulantes. Las velas eran generalmente hechas por gente del pueblo con tradición colmenera, utilizando cera natural, un molde y una mecha de algodón como palillo que se le colocaba en el centro.

A finales del siglo XIX se iniciaría la implantación de la iluminación eléctrica en España, sin embargo este avance tardaría bastante tiempo en llegar en la gran mayoría de las zonas rurales. En Castilla La Mancha, parece ser que Villalgordo del Júcar (Albacete) sería la primera población de la comunidad en disponer de luz y energía eléctrica, cuando Santiago Gosálvez, instaló a finales del siglo XIX una central hidroeléctrica para sus fábricas de harinas, hilados y papel frente a Villalgordo del Júcar, pero dentro del término municipal de Casas de Benítez (Cuenca).

En Mira, sería en 1911 cuando el ayuntamiento mostró su interés de establecer el tendido eléctrico por las calles para abastecer de luz la población, sin embargo no se llevó acabo. Pasaría varios años hasta que un grupo de emprendedores mireños denominado Faraday, realizó el primer hito con la electricidad en el pueblo al instalar un generador eléctrico en el molino de la Tía Carolina, convirtiéndose así el primer edificio del pueblo en tener luz eléctrica. Posteriormente varios vecinos del pueblo pudieron conectarse al molino y tener luz eléctrica a cambio de una tarifa periódica.

 Molino de la Tía Carolina a la derecha.

A nivel municipal, no sería hasta 1924 cuando por fin el ayuntamiento de Mira llevó a cabo el proyecto de instalación del alumbrado público. Para llevarlo a acabo se nombró una comisión presidida por Juan José Pedrón, Julio Esteban y Juan F. López, para que realizasen un examen sobre los lugares donde debería realizarse la instalación.

Hacía 1930 se pretendió formalizar el alumbrado público también para la aldea de La Fuencaliente.

En 1935, el ayuntamiento vio la necesidad de ampliar el contrato del suministro eléctrico. Se compraron 25 brazos, tulipas y 100 lámparas de filamento metálico. Del total, diez fueron destinadas a edificios públicos: cinco lo fueron para las oficinas del ayuntamiento, tres para las cárceles públicas y dos para el juzgado municipal y la casa-Cuartel. Varias instancias llegaron al Ayuntamiento para hacerse con el suministro, entre ellas la Sociedad Cooperativa Faraday del molino de la tía Carolina y del vecino Manuel Madrid Monleón. Finalmente fue este último quien se hizo con el suministro del fruido eléctrico.

La guerra civil resultó ser un parón para la expansión de la electricidad en España. Terminada la contienda, la recuperación de la industria eléctrica fue lenta, mucho más lenta de lo que cabría esperar dadas las necesidades de energía eléctrica en la posguerra. A partir de 1940 los abastecimientos de carbón y gas quedaron severamente racionados. La falta de estos suministros empujó a muchos consumidores hacia la electricidad, sin embargo, la oferta no estuvo a la altura de la demanda en parte debido al aislamiento internacional del nuevo régimen, que registraron dificultades para importar material y maquinaria eléctrica.

Una vez la economía se fue recuperando, se hizo posible emprender la construcción de nuevas centrales hidroeléctricas y la ampliación de las antiguas, para paulatinamente modernizar las infraestructuras eléctricas de todo el país.


BIBLIOGRAFÍA:
-.Wikipedia
- La industria eléctrica en España (1890-1936). Isabel Bartolomñe Rodríguez
- http://www.fragailuminacion.com.ar/publicaciones/historia-de-la-iluminacion/
- La historia de la villa de Mira. Tierra de Frontera. Miguel Romero, Marcelino Silla, Jesús Arribas.
- Etnología y costumbres populares de Salvacañete. Mariano López Marín.